sábado, 20 de noviembre de 2010

Lectura del día

Primera Lectura

Lectura del libro del

Apocalipsis del apóstol

san Juan (11, 4-12)

Yo, Juan, oí que me decían:

“Aquí están mis dos testigos. Son los dos olivos y los dos candelabros, que están ante el Señor de la tierra. Si alguno quiere hacerles daño, su boca echará fuego que devorará a sus enemigos; así, el que intente hacerles daño, morirá sin remedio.

Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva mientras dure su misión profética; tienen poder para convertir el agua en sangre y para castigar la tierra con toda clase de plagas, cuantas veces quieran.

Pero, cuando hayan terminado su misión, la bestia que sube del mar les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán tendidos en la plaza de la gran ciudad, donde fue crucificado su Señor, y que simbólicamente se llama Sodoma o Egipto.

Durante tres días y medio, gentes de todos los pueblos y razas, de todas las lenguas y naciones contemplarán sus cadáveres, pues no permitirán que los sepulten. Los habitantes de la tierra se alegrarán y regocijarán por su muerte y se enviarán regalos los unos a los otros, porque estos dos profetas habían sido el azote de ellos.

Pero después de los tres días y medio, un espíritu de vida, enviado por Dios, entrará en ellos: se pondrán de pie y todos los que los estén viendo se llenarán de espanto. Oirán entonces una potente voz, que les dirá desde el cielo:

‘Suban acá’. Y subirán al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 143

Bendito sea el Señor,

mi fortaleza.

Bendito sea el Señor, mi roca firme; él adiestró mis manos y mis dedos para luchar en lides.

Bendito sea el Señor,

mi fortaleza.

El es mi amigo fiel, mi fortaleza, mi seguro escondite, escudo en que me amparo, el que los pueblos a mis plantas rinde.

Bendito sea el Señor,

mi fortaleza.

Al compás de mi cítara, nuevos cantos, Señor, he de decirte, pues tú das a los reyes la victoria y salvas a David, tu siervo humilde.

Bendito sea el Señor,

mi fortaleza.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Lucas (20, 27-40)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.

Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”

Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.

Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

Entonces, unos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

El Dios en el que Jesús cree es el Dios que ama la vida y la defiende, que se hace presente en la historia humana para conducirla a la plenitud de la vida, la cual está más allá de lo natural, más allá del tiempo histórico y de los modos de vivir. Jesús responde sabiamente a la pregunta de los saduceos teniendo como fundamento la fidelidad de Dios a lo largo de la historia de salvación, que es dadora de sentido para todo creyente. Afirma que para Dios todos viven, son hijos de la resurrección, pues la muerte no es el destino último del ser humano, sino la vida; una vida plena y abundante que es concedida por Dios y confirmada por Jesús en su resurrección. Estamos llamados como creyentes en Jesús a construir proyectos que favorezcan en todo momento la vida y la dignidad de las personas, en especial de los más débiles y necesitados, ya que de esta manera es como Dios mismo se va manifestando a la humanidad. El nos llama a la vida, a la fraternidad, y debemos responder de la misma manera: siendo testigos de esa vida y de esa esperanza prometidas por Dios en la resurrección.

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