lunes, 15 de noviembre de 2010

Lectura del día

Primera Lectura

Lectura del libro del

Apocalipsis del apóstol

san Juan (1, 1-4; 2, 1-5)

Esta es la revelación que Dios le confió a Jesucristo, para que él manifestara a sus servidores lo que tiene que suceder en breve, y que comunicó, por medio de un ángel, a su siervo Juan. El cual narra lo que vio y afirma que es palabra de Dios, atestiguada por Jesucristo. Dichosos los que lean y escuchen la lectura de esta profecía y hagan caso de lo que en ella está escrito, porque el tiempo señalado está cerca.

Yo, Juan, les deseo la gracia y la paz a las siete comunidades cristianas de la provincia de Asia, de parte del que es, del que era, del que ha de venir, y de parte de los siete espíritus que están ante su trono.

Oí al Señor, que me decía:

“Al encargado de la comunidad cristiana de Efeso escríbele así: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y camina entre los siete candelabros de oro:

‘Conozco tus obras, tu esfuerzo y tu paciencia; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo, y descubriste que eran unos mentirosos. Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga. Pero tengo en contra tuya que ya no tienes el mismo amor que al principio. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes’ ”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 1

El Señor protege al justo.

Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos.

El Señor protege al justo.

Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito.

El Señor protege al justo.

En cambio los malvados serán como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo.

El Señor protege al justo.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Lucas (18, 35-43)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino.

Entonces él comenzó a gritar:

“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” El le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Jesús va de camino a Jerusalén, de camino a la consumación definitiva de su misión en el mundo, cosa que no entienden los discípulos; están ciegos, pues no comprenden el camino de la cruz (Lc 18,34). Y es en ese camino donde Jesús se encuentra con un ciego, quien sin verlo e impedido por la muchedumbre es capaz de reconocer la misión salvífica del Maestro: llevar buenas nuevas a los pobres, anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver (Lc 4,18). El ciego reconoce por su fe que Jesús es portador de la salvación, que en él Dios está actuando, y que por lo mismo lo puede curar. El ciego posee los ojos de la fe, los ojos de la confianza ilimitada en la misión liberadora de Jesús, la cual sana, regenera y vincula nuevamente a la vida a todos los que sufren el dolor y la exclusión, capacitándolos para el seguimiento y la construcción del reino de Dios. El ciego se convierte así en modelo de discípulo que, superando su ceguera, sigue a Jesús en forma incondicional. ¿Es verdaderamente firme nuestra fe como para seguir con fidelidad el proyecto de Jesús sin importar sus consecuencias?

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