miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lectura del día

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol

san Pablo a los filipenses

(2, 12-18)

Queridos hermanos míos:

Así como siempre me han obedecido cuando he estado presente entre ustedes, con mayor razón obedézcanme ahora que estoy ausente. Sigan trabajando por su salvación con humildad y temor de Dios, pues él es quien les da energía interior para que puedan querer y actuar conforme a su voluntad.

Háganlo todo sin quejas ni discusiones, para que sean ustedes hijos de Dios, irreprochables, sencillos y sin mancha, en medio de los hombres malos y perversos de este tiempo. Entre ellos brillarán como antorchas en el mundo, al presentarles las palabras de la vida. Así, el día de la venida de Cristo, yo me sentiré orgulloso al comprobar que mis esfuerzos y trabajos no han sido inútiles. Y aunque yo tuviera que derramar mi sangre para que ustedes siguieran ofreciendo a Dios la ofrenda sagrada de su vida de fe, me sentiría feliz y me regocijaría con todos ustedes.

Y ustedes, por su parte, alégrense y regocíjense conmigo.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 26

El Señor es mi luz

y mi salvación.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?

El Señor es mi luz

y mi salvación.

Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia.

El Señor es mi luz

y mi salvación.

La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía.

El Señor es mi luz

y mi salvación.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Lucas (14, 25-33)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:

“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

El evangelio del día de hoy presenta las condiciones o exigencias para ser discípulo de Jesús; exigencias que en nuestro momento actual son de gran importancia, pues vivimos un tiempo en el que se ha reducido la experiencia de fe a un simple “ir a misa”, a una fe totalmente desentendida de los problemas sociales y económicos que vive el mundo de hoy, una fe temerosa al compromiso y a la entrega total por los hermanos. Cuando Jesús habla de relativizar la familia, de dejar padre, madre, esposa, hijos, hermanos, se está refiriendo a la necesidad de edificar un nuevo sistema de relaciones, un nuevo modelo de sociedad, en el que la fraternidad, la solidaridad, el servicio son fundamentales y en el que toda estructura, incluida la familiar, están en función de construir este nuevo tipo de sociedad y no uno contrario. El seguidor de Jesús está llamado a ser partícipe de esta nueva sociedad, donde lo principal es hacer presente en la historia el reino de Dios, lo cual exige en él un cambio de valores y de prioridades: renunciar a todos sus bienes, es decir, renunciar a todo tipo de seguridad para poder colaborar libremente y sin impedimentos en la gran obra de Dios.

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