miércoles, 19 de mayo de 2010

Primera Lectura

Lectura del libro de los

Hechos de los Apóstoles

(20, 28-38)

En aquellos días, Pablo dijo a los presbíteros de la comunidad cristiana de Efeso: “Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño, del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo.

Yo sé que después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces, que no tendrán piedad del rebaño y sé que, de entre ustedes mismos, surgirán hombres que predicarán doctrinas perversas y arrastrarán a los fieles detrás de sí. Por eso estén alerta. Acuérdense que durante tres años, ni de día ni de noche he dejado de aconsejar, con lágrimas en los ojos, a cada uno de ustedes.

Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios crezcan en el espíritu y alcancen la herencia prometida. Yo no he codiciado ni el oro ni la plata ni la ropa de nadie. Bien saben que cuanto he necesitado para mí y para mis compañeros, lo he ganado con mis manos. Siempre he mostrado que hay que trabajar así, para ayudar como se debe a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: ‘Hay más felicidad en dar que en recibir’ ”.

Dicho esto, se arrodilló para orar con todos ellos. Todos se pusieron a llorar y abrazaban y besaban a Pablo, afligidos, sobre todo, porque les había dicho que no lo volverían a ver. Y todos lo acompañaron hasta el barco.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 67

Reyes de la tierra,

canten al Señor. Aleluya.

Señor, despliega tu poder, reafirma lo que has hecho por nosotros, desde Jerusalén, desde tu templo, a donde vienen los reyes con sus dones.

Reyes de la tierra,

canten al Señor. Aleluya.

Cántenle al Señor, reyes de la tierra, denle gloria al Señor que recorre los cielos seculares, y que dice con voz como de trueno: “Glorifiquen a Dios”.

Reyes de la tierra,

canten al Señor. Aleluya.

Sobre Israel su majestad se extiende y su poder, sobre las nubes. Bendito sea nuestro Dios.

Reyes de la tierra,

canten al Señor. Aleluya.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Juan (17, 11-19)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos. Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexion.

Jesús continúa su oración por los discípulos. Ahora
pide al Padre que sean uno "como nosotros"; no
utiliza la noción de unidad de modo abstracto, sino
unidad que proviene de estar unidos por el amor
mutuo que es el amor de Jesús y el Padre.
Si los discípulos son enviados por Jesús al mundo,
ello se debe a que Jesús también fue enviado al
mundo para desafiarlo. Esta comunidad de los
cristianos sufrirá el odio del mundo, pero no es
deseo de Jesús que se le ahorre esa hostilidad.
Jesús pide a Dios que proteja a los discípulos, que
sean consagrados y enviados al mundo, en orden a
su misión. Consagrados en la Palabra de Dios que
es la Verdad. Los discípulos han aceptado y
guardado la palabra que Jesús les transmitió de
parte de Dios; esta palabra los ha purificado; ahora
los elige para una misión consistente en transmitir
esa misma palabra a otros para que todos y todas
tengan vida.
Jesús se consagra en relación con la consagración y
la misión de los apóstoles, misión que tendrá lugar
después de la muerte y resurrección de Jesús; hasta
nuestros días, en los cuales se nos encomienda
transmitir la Palabra a otros.


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