martes, 11 de mayo de 2010

Lectura del Dia

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos

de los Apóstoles (16, 22-34)

En aquellos días, la gente de la ciudad de Filipos se alborotó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que los desnudaran y los azotaran. Después de azotarlos mucho, los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara bien. Siguiendo esta orden, él los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo.

A eso de la medianoche, Pablo y Silas estaban en oración, cantando himnos al Señor, y los otros presos los escuchaban. De pronto sobrevino un temblor tan violento, que se sacudieron los cimientos de la cárcel, las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas.

El carcelero se despertó, y al ver las puertas de la cárcel abiertas de par en par, pensó que los presos se habían fugado y sacó su espada para matarse. Pero entonces Pablo le gritó: “No te hagas ningún daño; aquí estamos todos”. El carcelero pidió una lámpara, se precipitó hacia dentro, y temblando, se arrojó a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó de allí y les preguntó: “¿Qué debo hacer para salvarme?” Ellos le contestaron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y tu familia”. Y les explicaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa.

El carcelero se los llevó aparte, y en aquella misma hora de la noche les lavó las heridas y enseguida se bautizó él con todos los suyos. Después los invitó a su casa, les preparó la mesa y celebraron una fiesta familiar por haber creído en Dios.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 137

Señor, tu amor perdura

eternamente. Aleluya.

De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo.

Señor, tu amor perdura

eternamente. Aleluya.

Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor: siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor.

Señor, tu amor perdura

eternamente. Aleluya.

Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirás en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones.

Señor, tu amor perdura

eternamente. Aleluya.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Juan (16, 5-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Me voy ya al que me envió y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’ Es que su corazón se ha llenado de tristeza porque les he dicho estas cosas. Sin embargo, es cierto lo que les digo: les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré.

Y cuando él venga, establecerá la culpabilidad del mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque ellos no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán ustedes; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexion

Jesús anuncia su vuelta al Padre, pero no dejará
solos a sus discípulos: les enviará el Espíritu. Más
allá de la tristeza que la ausencia de Jesús provoque,
que incluso impide que le pregunten a dónde va, la
presencia del Espíritu Santo es la que hará que
lleguen a comprender plenamente a Jesús. El
Espíritu será quien mediante su obra y el testimonio
inspirado de los discípulos mostrará la verdad. El
mundo, que no puede ver, no por indiferencia sino por
hostilidad, es responsable del Pecado al no haber
reconocido la Justicia de Dios en Jesús. Esto
constituye en sí la sentencia al príncipe de este
mundo, por lo tanto es sentencia a la Maldad del
mundo en su persona, que acusó y llevó a Jesús a la
muerte.
Jesús vence al mal y a la muerte mediante la
resurrección. El Espíritu Santo otorga el
discernimiento necesario para ver la victoria de
Jesús, revelando a la comunidad la presencia de
Jesús que está junto al Padre. Esa convicción dada a
los discípulos hará que marchen a dar testimonio,
desafiando al mundo y las fuerzas
históricas del mal.


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