sábado, 8 de mayo de 2010

Lectura del Dia

Domingo

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos

de los Apóstoles (15, 1-2. 22-29)

En aquellos días, vinieron de Judea a Antioquía algunos discípulos y se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban de acuerdo con la ley de Moisés, no podrían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; al fin se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más fueran a Jerusalén para tratar el asunto con los apóstoles y los presbíteros.

Los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la comunidad cristiana, juzgaron oportuno elegir a algunos de entre ellos y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Los elegidos fueron Judas (llamado Barsabás) y Silas, varones prominentes en la comunidad.

A ellos les entregaron una carta que decía:

“Nosotros, los apóstoles y los presbíteros, hermanos suyos, saludamos a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia, convertidos del paganismo. Enterados de que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, los han alarmado e inquietado a ustedes con sus palabras, hemos decidido de común acuerdo elegir a dos varones y enviárselos, en compañía de nuestros amados hermanos Pablo y Bernabé, que han consagrado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Les enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes les trasmitirán, de viva voz, lo siguiente: ‘El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias.

A saber: que se abstengan de la fornicación y de comer lo inmolado a los ídolos, la sangre y los animales estrangulados. Si se apartan de esas cosas, harán bien’. Los saludamos”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 66

Que te alaben, Señor,

todos los pueblos. Aleluya.

Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora.

Que te alaben, Señor,

todos los pueblos. Aleluya.

Las naciones con júbilo te canten, porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones.

Que te alaben, Señor,

todos los pueblos. Aleluya.

Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero.

Que te alaben, Señor,

todos los pueblos. Aleluya.

Segunda Lectura

Lectura del libro del

Apocalipsis del apóstol san

Juan (21, 10-14. 22-23)

Un ángel me transportó en espíritu a una montaña elevada, y me mostró a Jerusalén, la ciudad santa, que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios. Su fulgor era semejante al de una piedra preciosa, como el de un diamante cristalino.

Tenía una muralla ancha y elevada, con doce puertas monumentales, y sobre ellas, doce ángeles y doce nombres escritos, los nombres de las doce tribus de Israel. Tres de estas puertas daban al oriente, tres al norte, tres al sur y tres al poniente. La muralla descansaba sobre doce cimientos, en los que estaban escritos los doce nombres de los apóstoles del Cordero.

No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son el templo. No necesita la luz del sol o de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Juan (14, 23-29)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras.

La palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexion.

El libro de los Hechos nos presenta nuevamente la
controversia de los apóstoles con algunas personas
del pueblo que decían que los no circuncidados no
podían entrar en el reino de Dios. Los apóstoles
descartaban el planteamiento judío de la circuncisión.
Esta se realizaba a los ocho días del nacimiento al
niño varón, a quien sólo así se le aseguraban todas
las bendiciones prometidas por ser un miembro en
potencia del pueblo elegido y por participar de la
Alianza con Dios. Todo varón no circuncidado según
esta tradición debía ser expulsado del pueblo, de la
tierra judía, por no haber sido fiel a la promesa de
Dios (cf. Gn 17,9-12).
El acto ritual de la circuncisión estaba cargado -y aún
lo está- de significado cultural y religioso para el
pueblo judío. Estaba ligado también al peso histórico-
cultural de exclusión de las mujeres, las cuales no
participaban de rito alguno para iniciarse en la vida
del pueblo: a ellas no se les concebía como
ciudadanas.

Para los cristianos la circuncisión ya no es ni será
importante. Este rito y tradición ha perdido toda
vigencia. Ya no es necesario hacer ritos externos
alejados de la justicia y del amor misericordioso de
Dios. En el cristianismo hombres y mujeres somos
iguales, y en el Bautismo adquirimos todos la
dignidad de hijos de Dios y miembros del cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia. Creemos necesario realizar
una constante «circuncisión del corazón» (cf. Dt
10,16) para que tanto hombres como mujeres
logremos purificarnos del egoísmo, del odio, de la
mentira y de todo aquello que nos degenera.

El Apocalipsis nos presenta también una crítica a la
tradición judía excluyente. Juan vio en sus
revelaciones la nueva Jerusalén que bajaba del cielo
y que era engalanada para su esposo, Cristo
resucitado. Esta nueva Jerusalén es la Iglesia,
triunfante e inmaculada, que ha sido fiel al Cordero y
no se ha dejado llevar por las estructuras que
muchas veces generan la muerte. Aquí yace la crítica
del cristianismo al judaísmo que se dejó acaparar
por el Templo, en el cual los varones, y entre éstos
especialmente los cobijados por la Ley, eran los
únicos que podían relacionarse con Dios; un Templo
que era señal de exclusión hacia los sencillos del
pueblo y los no judíos.
La Nueva Jerusalén que Juan describe en su libro no
necesita templo, porque Dios mismo estará allí,
manifestando su gloria y su poder en medio de los
que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero.
Ya no habrá exclusión -ni puros ni impuros-, porque
Dios lo será todo en todos, sin distinción
alguna.


En el evangelio de Juan, Jesús, dentro del contexto
de la Ultima Cena y del gran discurso de despedida,
insiste en el vínculo fundamental que debe prevalecer
siempre entre los discípulos y él: el amor. Judas
Tadeo ha hecho una pregunta a Jesús: "¿por qué vas
a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo"?
Obviamente, Jesús, su mensaje, su proyecto del
reino, son para el mundo; pero no olvidemos que
para Juan la categoría "mundo" es todo aquello que
se opone al plan o querer de Dios y, por tanto,
rechaza abiertamente a Jesús; luego, el sentido que
da Juan a la manifestación de Jesús es una
experiencia exclusiva de un reducido número de
personas que deben ir adquiriendo una formación tal
que lleguen a asimilar a su Maestro y su propuesta,
pero con el fin de ser luz para el "mundo"; y el primer
medio que garantiza la continuidad de la persona y de
la obra de Jesús encarnado en una comunidad al
servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y a su
proyecto, porque aquí se habla necesariamente de
Jesús y del reino como una realidad inseparable.
Ahora bien, Jesús sabe que no podrá estar por
mucho tiempo acompañando a sus discípulos; pero
también sabe que hay otra forma no necesariamente
física de estar con ellos. Por eso los prepara para
que aprendan a experimentarlo no ya como una
realidad material, sino en otra dimensión en la cual
podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la
guía necesaria para mantenerse firmes y afrontar el
diario caminar en fidelidad. Les promete pues, el
Espíritu Santo, el alma y motor de la vida y de su
propio proyecto, para que acompañe al discípulo y a
la comunidad.
Finalmente, Jesús entrega a sus discípulos el don de
la paz: "mi paz les dejo, les doy mi paz" (v. 27);
testamento espiritual que el discípulo habrá de
buscar y cultivar como un proyecto que permite hacer
presente en el mundo la voluntad del Padre
manifestada en Jesús. Es que en la Sagrada
Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no
se reduce a una mera ausencia de armas y de
violencia; la paz involucra a todas las dimensiones de
la vida humana y se convierte en un compromiso
permanente para los seguidores de Jesús.



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