sábado, 9 de octubre de 2010

lectura del día

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol

san Pablo a los gálatas (3, 21-29)

Hermanos: Si la ley dada por medio de Moisés fuera capaz de dar la vida, su cumplimiento bastaría para hacer justos a los hombres. Pero, en realidad, la ley escrita aprisionó a todos bajo el pecado para que, por medio de la fe en Jesucristo, los creyentes pudieran recibir los bienes prometidos.

Antes de que llegara la etapa de la fe, estábamos presos y bajo la custodia de la ley, en espera de la fe que estaba a punto de manifestarse. De modo que la ley se hizo cargo de nosotros, como si fuéramos niños, para conducirnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Pero una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sujetos a la ley.

Así pues, todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo. Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 104

El Señor nunca olvida

sus promesas.

Entonen en su honor himnos y cantos; celebren sus portentos. Del nombre del Señor enorgullézcanse y siéntase feliz el que lo busca.

El Señor nunca olvida

sus promesas.

Recurran al Señor y a su poder y a su presencia acudan. Recuerden los prodigios que él ha hecho, sus portentos y oráculos.

El Señor nunca olvida

sus promesas.

Descendientes de Abraham, su servidor; estirpe de Jacob, su predilecto, escuchen: el Señor es nuestro Dios y gobiernan la tierra sus decretos.

El Señor nunca olvida

sus promesas.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio

según san Lucas (11, 27-28)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!”

Pero Jesús le respondió:

Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión

Las bienaventuranzas eran una forma especial de felicitar a quienes recibían la gracia divina. Bienaventurados eran aquellos que habían alcanzado el favor de Dios y lo gozaban en el presente. Una entusiasta mujer del pueblo le dirige a Jesús una bienaventuranza, pues lo consideraba un personaje especial.

Alguna gente se entusiasmó con Jesús y lo felicitaron por su familia, por su procedencia, por la importancia que iba adquiriendo como Maestro y profeta. Pero, Jesús sabía perfectamente lo engañoso que resulta el juego de las adulaciones: hoy te elogian, mañana piden tu cabeza. Por eso, le plantea a la mujer una manera diferente de verlo. Pues, él no estaba allí para darle brillo al nombre de su familia, sino para cumplir la voluntad de Dios.

La primera bienaventuranza estaba dirigida a ensalzar al pequeño grupo familiar; un pequeño resto que se salvaría por la acción del profeta. Jesús cambia esta perspectiva con otra bienaventuranza que fija un alcance universal a la salvación de Dios. La salvación ya no es de un grupo, un clan o una raza precisa. La salvación es patrimonio de todos aquellos que realizan el Reino de Dios entre los seres humanos.

De este modo, Jesús antepone la ética a la ascendencia familiar, religiosa o confesional. La bienaventuranza de Dios, su bendición y esperanza permanecen con aquel que practica su palabra. Entonces, la salvación no proviene de pertenecer a determinada familia ni a cierta confesión religiosa. La salvación viene de una actitud justa ante el prójimo y ante Dios.

Hoy, solemos ponerle mucho énfasis a determinar si es de la izquierda o la derecha, de arriba o de abajo, de esta confesión o de la otra. Sin embargo, el evangelio nos enseña que lo valioso es nuestra práctica humana. Si estamos del lado de Dios realizando su plan sobre la humanidad o estamos del lado contrario, junto a los egoístas a quienes no duele el sufrimiento de tantas personas marginadas como hay en el mundo.

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