sábado, 26 de junio de 2010

Lectura del Dia

Primera Lectura

Lectura del libro de las

Lamentaciones

(2, 2.10-14.18-19)

El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob; en su furor ha destruido las fortalezas de Judá; ha echado por tierra y deshonrado al rey y a sus príncipes.

En el suelo están sentados, en silencio, los ancianos de Sión; se han echado ceniza en la cabeza y se han vestido de sayal. Humillan su cabeza hasta la tierra las doncellas de Jerusalén. Mis ojos se consumen de tanto llorar y el dolor me quema las entrañas; la bilis me amarga la boca por el desastre de mi pueblo, al ver que los niños y lactantes desfallecen en las plazas de la ciudad.

Los niños les preguntan a sus madres: “¿Dónde hay pan?” Y caen sin fuerzas, como heridos, en las plazas de la ciudad, y expiran en brazos de sus madres.

¿Con quién podré compararte, Jerusalén? ¿Con quién te podré asemejar? ¿O qué palabras te podré decir para consolarte, virgen, hija de Sión? Inmensa como el mar es tu desgracia. ¿Quién podrá curarte? Tus profetas te engañaron con sus visiones falsas e insensatas. No te hicieron ver tus pecados para evitarte así el cautiverio, y sólo te anunciaron falsedades e ilusiones.

Clama, pues, al Señor con toda el alma; gime, Jerusalén; deja correr a torrentes tus lágrimas de día y de noche; no te concedas descanso; que no dejen de llorar las niñas de tus ojos.

Levántate y clama al Señor durante toda la noche; derrama como agua tu corazón en la presencia de Dios; alza tus manos hacia él y ruega por la vida de tus pequeñuelos.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 73

No te olvides, Señor,

de nosotros.

¿Por qué, Dios nuestro, nos has abandonado y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño? Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste para posesión tuya, del monte Sión, donde pusiste tu morada.

No te olvides, Señor,

de nosotros.

Ven a ver estas ruinas interminables: el enemigo ha arrasado todo el santuario; rugieron los agresores en medio de tu asamblea, levantaron sus estandartes.

No te olvides, Señor,

de nosotros.

Parecía que se abrían paso a hachazos en medio de la maleza. Con martillos y mazos destrozaron todas las puertas; prendieron fuego a tu santuario, derribaron y profanaron tu morada.

No te olvides, Señor,

de nosotros.

Acuérdate de tu alianza, Señor, pues todo el país está lleno de violencia. Que el humilde no salga defraudado, y los pobres y afligidos alaben tu nombre.

No te olvides, Señor,

de nosotros.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Mateo (8, 5-17)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho”.

El le contestó: “Voy a curarlo”.

Pero el oficial le replicó:

“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.

Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande.

Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. En cambio, a los herederos del Reino los echarán fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación”.

Jesús le dijo al oficial romano:

“Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has creído”. Y en aquel momento se curó el

criado.

Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Entonces la tomó de la mano y desapareció la fiebre. Ella se levantó y se

puso a servirles.

Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. El expulsó a los demonios con su palabra y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: El hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexion

En la primera lectura vemos la experiencia intensa del dolor y desolación (v.2,12 ), mujeres que lloran la muerte de los inocentes, el abandono y la profunda herida que vive el Pueblo; ya ninguna palabra ni promesa tiene sentido, han dejado de creer. El evangelio trae la Buena Noticia de Jesús porque sana las heridas y devuelve la fe. En el relato del soldado, lo más importante no es la curación del muchacho, sino la fe del centurión, que forma parte de los excluidos de las promesas de Dios, por ser pagano, soldado y romano, en un acto de humildad y valentía profesa la certeza de su fe, Jesús se sorprende y concede al soldado lo que pide, pero más aún lo alaba frente a todos. Con la suegra de Pedro sucede algo similar, después que Jesús la toca, se levanta y se pone a servir (v, 15), porque quien es tocado, conmovido por Jesús, no puede menos que levantarse, volver a tener confianza, y una vez de pie, sólo queda el servicio; la expresión máxima del amor al prójimo. Entonces, nunca perder la confianza en Dios por más difíciles que sean las circunstancias, y nunca perder la certeza de su presencia en nuestra vida.

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