martes, 11 de enero de 2011

Lectura del día

Primera Lectura

Lectura de la carta a los

hebreos (2, 5-12)

Hermanos: Dios no ha sometido a los ángeles el nuevo orden de la salvación, del cual estamos hablando. Un salmo lo atestigua solemnemente diciendo: ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?

Sin embargo, lo hiciste un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad. Todo lo sometiste bajo sus pies.

Al decir aquí la Escritura que Dios le sometió todo, no se hace ninguna excepción. Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor.

Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos. En efecto, el creador y Señor de todas las cosas, quiere que todos sus hijos tengan parte en su gloria. Por eso convenía que Dios consumara en la perfección, mediante el sufrimiento, a Jesucristo, autor y guía de nuestra salvación.

El santificador y los santificados tienen la misma condición humana. Por eso no se avergüenza de llamar hermanos a los hombres, cuando dice: Hablaré de ti a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 8

Diste a tu Hijo el mando

sobre las obras de tus manos.

¡Qué admirable es, Señor y Dios nuestro, tu poder en toda la tierra! ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes; ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?

Diste a tu Hijo el mando

sobre las obras de tus manos.

Sin embargo, lo hiciste un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos y todo lo sometiste bajo sus pies.

Diste a tu Hijo el mando

sobre las obras de tus manos.

Pusiste a su servicio los rebaños y las manadas, todos los animales salvajes, las aves del cielo y los peces del mar, que recorren los caminos de las aguas.

Diste a tu Hijo el mando

sobre las obras de tus manos.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Marcos (1, 21-28)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se hallaba Jesús en Cafarnaúm y el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.

Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!” El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban:

“¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión

La enseñanza de Jesús transciende la simple asimilación intelectual. El fin de su enseñanza es introducir en el seguimiento, en el camino de la cruz, para lo cual emplea en todo momento signos que expresan eficazmente la realidad superior que él anuncia: el Reino de Dios. Por lo tanto, esta enseñanza posee un sentido especial, pues su intención es vincular, dar a conocer a sus oyentes la misericordia de Dios, distanciándose así de la manera de enseñar de los letrados, quienes tienen por fundamento la Ley y no al mismo Dios. Las palabras de Jesús tienen autoridad, son capaces de vencer el mal y liberar al hombre de toda opresión, de toda enfermedad; basta una sola palabra para derrotar a la muerte, ya que él es poseedor de la fuerza salvífica y restauradora de Dios. La acción liberadora de Jesús entra en conflicto con las autoridades judías, representadas por los espíritus del mal; hay violencia, porque el fin último de Jesús es rescatar la dignidad del ser humano, cosa contraria a la intención de los letrados. La enseñanza de la Iglesia y de todo seguidor de Jesús debe estar respaldada por la autoridad que otorga el testimonio de vida; es decir, por una vida entregada al amor y la solidaridad.

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