viernes, 7 de enero de 2011

Lectura del día

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del

apóstol san Juan (5, 5-13)

Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo se manifestó por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.

Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.

El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.

Y el testimonio es éste:

que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.

A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas para que sepan que tienen la vida eterna.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 147

Demos gracias y alabemos

al Señor.

Glorifica al Señor, Jerusalén, a Dios ríndele honores, Israel. El refuerza el cerrojo de tus puertas y bendice a tus hijos en tu casa.

Demos gracias y alabemos

al Señor.

El mantiene la paz en tus fronteras, con su trigo mejor sacia tu hambre. El envía a la tierra su mensaje y su palabra corre velozmente.

Demos gracias y alabemos

al Señor.

Le muestra a Jacob su pensamiento, sus normas y designios a Israel. No ha hecho nada igual con ningún pueblo, ni le ha confiado a otro sus proyectos.

Demos gracias y alabemos

al Señor.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Lucas (5, 12-16)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo:

“Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:

“Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió:

“Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio”.

Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

El relato que leemos hoy está íntimamente conectado con el discurso inaugural de la misión de Jesús, leído en el día de ayer; pues la curación del leproso es un signo que confirma la solidaridad y la misericordia que tiene Jesús para con los pobres, siendo éstos los destinatarios primeros de su misión. El leproso que se le presenta a Jesús es un hombre excluido a nivel religioso, ya que la lepra, en el Antiguo Testamento, era considerada como un castigo de Dios (Lv 13, 46); asimismo, es un excluido a nivel social, pues por ser un hombre impuro, ninguna persona podía entrar en contacto con él. Jesús rompe con esta comprensión religiosa y social al entrar en contacto directo con la persona; es decir, al iniciar un diálogo profundo con el leproso, en el que Jesús se da cuenta de su padecimiento y de su fe. El milagro entonces consiste en reincorporar al leproso a la comunidad, devolviéndole así su dignidad como persona y como hijo predilecto de Dios. La sanación es una respuesta eficaz por parte de Jesús a la fe del leproso. Es preciso preguntarnos hoy si, como creyentes, nos solidarizamos eficazmente con todos los que sufren algún tipo de marginación.

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