viernes, 11 de febrero de 2011

Lectura del día


Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis

(3, 1-8)

De todos los animales salvajes creados por el Señor Dios, la serpiente era el más astuto. Un día le dijo a la mujer: “¿Es cierto que Dios les ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?” La mujer le respondió a la serpiente: “No. Sí podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero de los frutos del árbol que está en el centro, Dios nos ha prohibido comer y nos ha dicho que no lo toquemos, porque, de lo contrario, moriremos”.

La serpiente le dijo a la mujer:

“Eso de que ustedes van a morir no es cierto. Al contrario, Dios sabe muy bien que, si comen de esos frutos, se les abrirán los ojos y serán como dioses, pues conocerán el bien y el mal”.

Entonces los frutos de aquel árbol le parecieron a la mujer apetitosos, de hermoso aspecto y excelentes para adquirir sabiduría. Tomó de los frutos y comió; y después le dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Al momento se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entrelazaron unas hojas de higuera y se cubrieron con ellas.

Oyeron luego los pasos del Señor Dios, que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y se ocultaron de su vista entre los árboles del jardín.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 31

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Por eso, en el momento de la angustia, que todo fiel te invoque, y no lo alcanzarán las grandes aguas, aunque éstas se desborden.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Marcos (7, 31-37)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. El lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían:

“¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar

a los mudos”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión

El milagro que leemos en el texto de hoy está vinculado con la comprensión universal del Evangelio. Los límites tradicionales de la salvación se amplían con el anuncio de la Buena Nueva a los paganos, representados ahora por el sordomudo, quien expresa simbólicamente el silencio y la negación de esa palabra salvífica para los no judíos. Jesús entonces, a través de este milagro, posibilita que los paganos sean partícipes activos de la salvación; les otorga la capacidad de escuchar y hablar la Palabra de Dios. Los signos con los cuales Jesús sana al sordomudo son elocuentes, pues ilustran la ternura y la compasión que siente por los que son excluidos de la comunidad; asimismo, presentan al Señor como aquel que restaura todas las cosas, dándoles un nuevo aliento de vida. Con el sordomudo Jesús hace presente el proyecto de una nueva humanidad, de una nueva creación fundamentada en la Palabra de vida y amor de Dios Padre, quien sale al encuentro de toda la humanidad. La escucha de la Palabra nos debe conducir a un verdadero cambio de vida.

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